miércoles, 19 de septiembre de 2012

El juicio en San Martín por los crímenes cometidos en Campo de Mayo

La caída en el edificio de Villa Martelli

Los testimonios de Ramiro Menna, Alba Lanzillotto y su hermana María Isabel, Diana Cruces y otros reconstruyeron cómo fue el operativo de la dictadura que secuestró a Domingo Menna y Ana María Lanzillotto, de la conducción del PRT.

 Por Alejandra Dandan

El mundo en la puerta de los tribunales de San Martín parecía haber entrado en 1976. Entre antiguos militantes que se acercaban aparecía ese lenguaje de “buró político” o los saludos entre “compañero” y “compañera” que dejaban empezar a ver la reconstrucción de ese universo que iba a seguir poco más tarde en la sala. Y allí: julio de 1976. Un encuentro frustrado entre la dirección de Montoneros y el ERP. Un invierno más crudo que otros inviernos. Y el operativo en el edificio de Villa Martelli justo el 19 de julio, cuando debían irse del país Roberto Santucho y su compañera, Liliana Delfino.

La caída de la conducción del PRT volvió a aparecer en la sala, por primera vez en términos de juicio oral, a partir de la indagación que este juicio hace sobre las caídas del Gringo, Domingo Menna, y de Ani, Ana María Lanzillotto, su compañera, embarazada de ocho meses el día del secuestro. Ellos son parte de la causa fragmentada, dividida en múltiples casos. Los testigos, sin embargo, terminaron volteando esa fragmentación. Diana Cruces, la esposa de Fernando Gertel, del buró político, caído ese mismo día, habló de eso al final de la declaración: “Ya he testimoniado muchas veces, aunque es la primera vez que lo hago en etapa oral. Voy a tener que seguir haciéndolo. Deseo hacerlo por cada compañero: Santucho, Benito Urteaga, Domingo Menna, Ana María Lanzillotto y Liliana Delfino, pero esto implica mucho dolor, mucho costo para todos nosotros. Por eso solicito al tribunal a ver si podemos unificar las causas para que se haga justicia”.

–¿Quienes son tus padres? –le preguntó desde la fiscalía Marcelo García Berro a Ramiro Menna.

–Mi madre es Ana María Lanzillotto y mi padre, Domingo Menna –dijo y siguió de un tirón–. Ana María era hija de Nicolás Lanzillotto y Brígida Cáceres. Nacida y criada en La Rioja. Estudió en Tucumán, militaba en el Partido Revolucionario de los Trabajadores. Domingo Menna es hijo de Pánfilo Menna y de Irma, nacido en Italia, pero desde muy pequeño criado en Tres Arroyos. Hizo los estudios universitarios en Córdoba. Conoció a mi vieja en el PRT, estimo que a fines del ’72 o principios del ’73.

–¿Qué sabe de los hechos?

–En el año ’76 yo tenía dos años. Lo que pude reconstruir del 19 de julio es lo siguiente: en Villa Martelli vivían en un edificio con varias familias, en distintos departamentos en situación de clandestinidad. Yo vivía ahí con ellos y en horas de la mañana me habían llevado a una guardería. Durante ese día se produjo el operativo militar que digamos concluye con la muerte de Santucho, Urteaga y los secuestros de mi padre, mi madre, Liliana Delfino y creo que también de Fernando Gertel. El resto de la familia se enteró de la caída por la tele y los medios de comunicación. En La Rioja había una parte importante de mi familia materna. Averiguaron qué hacer. Un tío abogado, Carlos Mario Lanzillotto, tenía un compañero de la facultad que parece tenía vínculos con la dictadura. Algún tipo de rol en la Justicia. El hombre éste les dijo: “De tu hermana y su marido, si no los mataron, olvidate de que te los devuelvan con vida. Del hijo voy a ver qué puedo hacer”. Averiguó y les pasó el dato de dónde estaba yo, por lo menos es lo que pudimos reconstruir: yo terminé en una guardería que dependía de la Cooperadora de la Policía Federal y estaba bajo la órbita del Juzgado Federal de San Martín. Ahí fue donde me encontraron.

Durante el día de ayer declararon también Alba Lanzillotto, una tía de Ramiro que estuvo en Abuelas de Plaza de Mayo durante más de veinte años; su hermana María Isabel; Diana Cruces, Juan Arnol Kremer, “Luis” para los militantes, de la conducción.

“El día 19, no recuerdo bien si alrededor de las tres de la tarde –dijo Kremer–, me dirijo al domicilio de Menna y, dadas las circunstancias, teníamos que seguir medidas preventivas, como llamar por teléfono. Llamé desde una zona cercana y, para mi sorpresa, la voz que apareció en el teléfono era absolutamente desconocida.”

–Soy Flores –dijo él, como debía hacerlo.

–¡Venga Flores! ¡Venga! ¡Que lo estamos esperando!

“Eso me dio la pauta de que en esa casa pasaba algo rarísimo. Me dirigí a la Avenida General Paz (desde donde veía una ventana) y desde el coche vi la luz encendida, las ventanas abiertas y una situación muy rara. Busqué otro teléfono público. Oí otra voz. Algo había pasado, así que me retiré de la zona.”

Alba estaba en Carmen de Patagones, territorio de su hermana Quela, adonde había llegado escapando después de estar detenida y ser amenazada. “Estábamos en una verdulería con la radio prendida”, dijo, sentada, el pelo blanco. “Cortan la trasmisión y dan la sensacional noticia de que habían matado a los dirigentes del PRT, de donde eran mis hermanas, y Santucho. Yo me quedé sorprendida. Con mi hermana Quela y el esposo nos pusimos a buscar datos en la televisión y empezaron a dar las noticias, como las que daban ellos: mitad verdad, mitad mentira, más mentira que verdad. Dijeron que Urteaga y Santucho estaban muertos, así que creímos que Menna también, pero después empezaron a llegar noticias por otro lado. Una revista decía que eran tres los cadáveres que habían sacado, y dos mujeres caminando, que al final eran Liliana y Ana María. Leíamos lo que salía en los diarios, pero uno no sabía si creer o no.”

Después de Alba continuó su hermana María Isabel. Se sentó en la misma silla que misteriosamente está colocada de espaldas al público. “Yo estaba en La Rioja –dijo–, recibí una carta que venía dirigida a mí con mi sobrenombre, que es Beba. La mandaron al estudio de mi marido y de mi hermano. Abrí la carta sin firma y decía: Ana María fue detenida ‘con vida’, con letras bien grandes. ‘Tienen que venir urgente a retirar a Ramiro a la guardería porque si no va a pasar a la guardería de la Policía Federal’. Mi hermano se vino con la carta para Buenos Aires. A hacer todo lo posible para encontrarlo. Eso sucedió.”

Ramiro recordó los nombres de quienes aportaron datos durante estos años para reconstruir cada momento. Así fue diciendo que el Gringo estuvo con vida en Campo de Mayo durante algún tiempo, torturado e interrogado por el dinero, como lo dijo Alba después: “Corrieron muchas versiones –dijo ella–, que lo torturaban enormemente porque esos señores salvadores de la Patria lo único que querían era el dinero para sí mismos, no era para la Patria seguro”. A partir de una orden de Santiago Riveros, al Gringo lo arrojaron al río con Liliana Delfino y otros. Ana María estuvo en Campo de Mayo. La compañera de Gertel dijo que dio a luz en el Hospital Militar de Campo de Mayo. Para noviembre cayó además su hermana melliza María Cristina.

–¿Sabés si tu mamá tuvo ese hijo? –le preguntaron a Ramiro.

–Existen razones para creer que sí. La primera es la práctica sistemática que un juicio reciente ha dado por probado: cuando una mujer estaba embarazada era usual conservarla con vida hasta que diera a luz. Y, por otro lado, está el testimonio de Roberto Peregrino Fernández, que dijo que mi vieja dio a luz. Y está la otra persona que dijo que estando detenida otra mujer dijo: “La compañera del Gringo Menna dio a luz”. Creemos que el embarazo llegó a término y mi hermana o hermano continúa desaparecido.

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