sábado, 22 de diciembre de 2012

Finalizado el juicio al genocida Héctor Pedro Vergez

Con una condena a 23 años de prisión

Es uno de los represores que actuó en el centro clandestino La Perla y el Batallón de Inteligencia 601 del Ejército. Fue condenado por el secuestro y los tormentos contra cuatro personas, tres de las cuales permanecen desaparecidas.

Héctor Pedro Vergez, torturador del centro clandestino La Perla y del Batallón de Inteligencia 601 del Ejército durante la última dictadura, fue condenado ayer a 23 años de prisión. El Tribunal Oral Federal 5 responsabilizó al capitán retirado por el secuestro y los tormentos contra cuatro personas, tres de las cuales permanecen desaparecidas, y calificó como los delitos como “crímenes de lesa humanidad”. El represor que durante el menemismo prestó servicios en la Secretaría de Inteligencia y que se ufanaba de sus trabajos sucios mientras gozaba de impunidad, se mantuvo en silencio durante todo el juicio y tampoco ayer hizo uso de sus últimas palabras antes de la sentencia. Vergez estuvo preso durante el proceso en la cárcel de Marcos Paz y en los próximos días será trasladado a Córdoba, donde se lo juzga junto a otros 43 represores por su actuación desde fines de 1974 en el Comando Libertadores de América y luego como interrogador del Destacamento de Inteligencia 141.

Nacido en La Pampa hace 69 años, Vergez recibió su primera condena por crímenes de lesa humanidad luego de más de media vida de plena impunidad. Los delitos por los que lo responsabilizaron los jueces Angel Nardiello, José Martínez Sobrino y Néstor Costabel ocurrieron en 1977. Javier Ramón Coccoz, alias Pancho, jefe de inteligencia del PRT-ERP, fue secuestrado el 11 de mayo de aquel año. El Ejército apeló para quebrar a uno de sus más eficientes torturadores: el “capitán Rodolfo”, “Vargas” o “Gastón”, los nombres de cobertura que le asignó la inteligencia militar a Vergez. Entre mediados de junio y julio, luego de un mes de cautiverio y torturas a Coccoz, se produjeron los secuestros de María Cristina Zamponi, pareja y compañera de militancia del dirigente del ERP, y de dos supuestos informantes de la organización: Juan Carlos Casariego del Bel, que era funcionario del Ministerio de Economía, y el abogado Julio Gallego Soto. La mujer logró exiliarse en Europa y declaró como testigo en el juicio, en tanto Casariego del Bel y Gallego Soto siguen desaparecidos.

Los fiscales federales Alejandro Alagia, Gabriela Sosti y César Guaragna habían pedido una condena de 30 años de prisión para Vergez. Los abogados querellantes que representaron a familiares de víctimas y a la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación pidieron penas de entre 21 y 25 años de cárcel. El TOF-5 resolvió finalmente condenarlo a 23 años de prisión como coautor de las cuatro privaciones ilegales de la libertad, agravadas por violencia y por la duración de más de un mes, y de tormentos agravados porque se aplicaron contra perseguidos políticos. Los jueces también ordenaron en su fallo poner a disposición del Ministerio Público Fiscal las pruebas para que se investiguen las responsabilidades de Guillermo Walter Klein, ex secretario de Programación y Coordinación Económica de la dictadura, y de Federico Dumas, superior inmediato de Casariego del Bel.

El tribunal también tomó nota de la violación del militar a la mujer de su enemigo, a quien mantenía secuestrada junto a sus padres y a su hijo de dos años y ocho meses, aunque por tratarse de un delito de instancia privada corresponde a la víctima promover la acción penal. Zamponi, que también integraba la estructura de inteligencia del PRT y que el mes pasado declaró por videoconferencia desde el consulado argentino en Barcelona, contó que el 11 de junio de 1977 fue secuestrada y encerrada en la casa de sus padres. “Capitán Rodolfo”, se identificó Vergez cuando la capturó, y agregó que era “el interrogador de Javier”. Mientras su compañero, consciente de su destino irreversible, negociaba para que Cristina y su hijo pudieran salir del país, Vergez aparecía por la casa cada dos días. Fue en ese contexto que la llevó a un hotel y la violó. Días después fue expulsada del país.

jueves, 13 de diciembre de 2012

La Fiscalía pidió 30 años de prisión para el espía Héctor Vergez

El represor que guardó pruebas

El agente del Batallón 601 está siendo juzgado por la desaparición de cuatro personas que colaboraban con el ERP.

 Por Alejandra Dandan

“Lo que hicieron los genocidas al llegar la democracia fue implementar el famoso pacto de silencio que los llevó a hacer desaparecer la documentación o a negarse a cal y canto a darla. Pero así como los restos de aquellos asesinados cuando se recuperan vienen a darnos testimonio de la masacre, restos de aquel registro burocrático de la infamia, robados a la historia, vienen también a ser testigos de lo sucedido: porque esa documentación no fue totalmente destruida. Tal vez algún uniformado o afín sintió que era ‘un trofeo de guerra’ de esa matanza, además de ser una buena fuente de rédito económico: Héctor Vergez fue uno de ellos, que retuvo parte de esa documentación.”

El viernes pasado los fiscales Gabriela Sosti y Alejandro Alagia pidieron 30 años de prisión efectiva para el espía y experto en Inteligencia del Batallón 601 Héctor Vergez, juzgado en Buenos Aires por el secuestro de cuatro personas una de ellas es el jefe de Inteligencia del PRT-ERP, “Pancho” Javier Coccoz, entregado por el Ejército a Vergez llegado especialmente de Córdoba para “doblarlo”. En la redada fueron secuestrados Juan Carlos Casariego de Bel, Rafael Perro-tta (que no es “caso” de esta causa) y Julio Gallego Soto, tres hombres del mundo de los negocios o altos funcionarios del Estado, informantes clandestinos del PRT y con un compromiso político con las organizaciones revolucionarias. También cayó la compañera de Coccoz, María Cristina Zamponi, militante del PRT. Los fiscales pidieron la pena como vienen haciéndolo en cada juicio: por el delito de genocidio. Y pidieron abrir una investigación aparte para juzgar a Vergez por los casos de violación denunciados por Zamponi durante el juicio. El Tribunal Oral Federal 5 ahora debe evaluar a su vez pedidos del resto de las querellas: Marcelo Parrilli, que representa a la familia Zamponi-Coccoz, pidió 21 años de prisión y los abogados Pedro Dinani y Liliana Mazea, desde la Liga por Casariego también pidieron 21 años. La sentencia se conocerá el viernes 21 de diciembre. El alegato fiscal de 120 páginas es una especie de pieza arqueológica. Una de las pruebas principales de este juicio eran tres “documentos”, uno de los cuales sólo se dejó ver en algún momento pero luego desapareció. Los “documentos” son nada menos que parte de la prueba que reclaman los fiscales: transcripciones completas de interrogatorios tomados bajo tortura a los detenidos-desaparecidos, registros que eran mecanografiados o grabados, luego pasados a máquina y almacenados en microfilms. El organismo que centralizaba toda la información fue el Batallón 601. Para poder probar la serie de hechos del juicio, los fiscales tuvieron que reconstruir el tercer interrogatorio a través de testigos que habían visto una parte y de los indicios de los otros dos documentos. Rastrearon, por ejemplo: apodos, nombres de guerra y el nombre de algún bar a partir de los cuales se infiere que eran datos presentes en el documento que falta. Así, probaron la existencia de ese tercer interrogatorio, que es el interrogatorio de Casariego de Bel. Los otros dos que están en el expediente desde el inicio son los de Gallego Soto y Perrotta.

Más allá de las pruebas, el tema de qué pasó con esa documentación que forma parte de los “archivos de la represión”, cómo circuló y cómo y por quién llegó a ser comercializada después de la dictadura fue uno de los temas del debate. Del cúmulo de testimonios y de pruebas, se supone a esta altura que Vergez diseñó y organizó el operativo de secuestros y desapariciones en esta sucesión de hechos. Y aunque no se sabe si estos interrogatorios en particular pasaron por sus manos o fueron ofrecidos por él a terceros, lo que la causa probó a criterio de la acusación es que manipuló y tuvo (¿tiene?) acceso a parte de los archivos. En esa línea, de nombres que rodean la historia siempre fantasmal de los archivos de la represión, la fiscalía ubicó también al propio Juan Bautista “el Tata” Yofre, ex jefe de la SIDE, que declaró como testigo del juicio y que cuando le preguntaron por esta información, una parte de la cual usó para escribir alguno de sus libros, respondió que “caía del cielo”. “De cada persona secuestrada se dejaba registro”, dijeron los fiscales. “De cada interrogatorio bajo tormento se dejaba registro.”

Durante el juicio, declararon varios periodistas. Que aportaron datos en esa dirección. Ricardo Ragendorfer contó que durante una entrevista a Vergez en 2004 le ofreció archivos. También declararon Ricardo Kirschbaum, Rogelio García Lupo y María Seoane. Kirschbaum contó que en los pasillos se decía que los archivos de la represión se vendían a medio millón de dólares. Y declaró además un productor de Mauro Viale, Fabián Doman, porque los interrogatorios aparecieron como figura de fondo con la forma de una ficción en dos de los programas. Doman mostró los interrogatorios a los familiares de cada uno de los secuestrados para convocarlos a un programa: al hijo de Gallego Soto, a la familia de Perrotta y la hija de Casariego de Bel, la única que no se quedó con ninguna copia pero pudo observar parte de los datos que estuvieron reconstruyéndose en estas audiencias. En su declaración, Doman complicó al Tata Yofre. “Doman vio los interrogatorios de Perrotta, de Casariego y de Gallego Soto, pero a la Justicia presentó el interrogatorio de Perrotta, el de Gallego y un informe donde consta la existencia del de Casariego”, dijeron los fiscales. “Pero además, Doman vio –y eso lo dijo por primera vez en la audiencia– (una copia) del listado de casos que tenía Yofre en la baulera de su casa y que fue acompañado ocultamente a la causa. Esto es importante porque prueba la vinculación de todo el material: el listado no está desarticulado, es parte de la documentación total que estaba a la venta. El listado no se lo vendieron a Doman, lo reservó Yofre en su baulera. Doman lo vio y describió minuciosamente cada parte que fue leyendo y anotando en sus apuntes para luego verificar que todo fuera cierto. Estaba en el mismo paquete que los interrogatorios. Se los muestra la misma persona (que se los dio)”.

“Quienes presenciamos este juicio, en especial la declaración del ex jefe de la SIDE no podemos aventar las sospechas. Pero nos queda la inquietante incertidumbre –dijeron– sobre quién o quiénes continúan manipulando y especulando con esos archivos aún a sabiendas del incomparable valor que tiene para nuestra historia y para estos juicios de lesa humanidad.”

Vergez, por él mismo

Vergez publicó un libro con su nombre de guerra, y sus actividades represivas en clave de aventura cuando se obturó la Justicia. En su afán de dar cuenta del peso de su formación, “sin duda de excelencia”, dijeron los fiscales, el hombre develó que tuvo como instructor a “un oficial francés, que nos narraba sus experiencias en Argelia...”. De sus inicios, cuenta que como jefe de un grupo del Batallón de Inteligencia 601 tenía el Centro de Operaciones montado con la cobertura de un local, en un sótano próximo a Riobamba y Corrientes. Allí instaló una disquería adecuada a los gustos de la “juventud contestataria”. Habla también del pase al Destacamento de Inteligencia en Córdoba, en diciembre de 1974 y los múltiples casos en que intervino, como el de Horacio Mendizábal y Marcos Osatinsky. Menciona su relación con el general Telleldín de la Inteligencia Policial de Córdoba y sus operaciones “importantes” en La Rivera, parte de los hechos por los que está siendo juzgado en este momento en la ciudad de Córdoba.

domingo, 2 de diciembre de 2012

La familia de Javier Coccoz pide 21 años de prisión para Vergez

La detención de Javier Coccoz dio inició a la "Operación Redondo"
La familia del ex jefe de inteligencia del ERP pidió 21 años de prisión para el capitán (R) Vergez

La querella de la familia del desaparecido responsable de la inteligencia del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), Javier Coccoz, reclamó hoy una condena de 21 años de prisión para el capitán (R) Héctor Pedro Vergez, y pidió también que se lo investigue por el delito de violación en perjuicio de la esposa de la víctima, Cristina Zamponi. Al iniciarse la etapa de alegatos en el juicio que se le sigue a Vergez por secuestros y tormentos cometidos en 1977 en dominios del Primer Cuerpo de Ejército, el abogado Marcelo Parrilli, pidió al Tribunal Oral Federal 5 que en su veredicto haga "expresa mención" a que los juzgados fueron "delitos de lesa humanidad cometidos por la dictadura militar genocida".

Parrilli abrió la etapa de alegatos en representación de la familia de Coccoz y de su esposa, Cristina Zamponi, sobreviviente exiliada en Europa y querellante en la causa en el juicio que se le sigue a Vergez por el secuestro y desaparición de Coccoz, que dirigía la inteligencia del ERP como "teniente Pancho" y de sus presuntas fuentes, el abogado y economista Julio Gallego Soto -quien había  sido un hombre de estrecha confianza de Juan Perón- y de un alto funcionario del Ministerio de Economía, Julio Casariego de Bel.

Investigaciones periodísticas aseguran que también fue secuestrado en la misma redada  (llamada por los represores "Operación Redondo")  el director y accionista mayoritario del diario  "El Cronista", Rafael Perrota, pero ello no es materia de este juicio.

Vergez, de 69 años, escuchó las acusaciones en su contra luego de haber permanecido en silencio a lo largo de todo el juicio, ya que nunca accedió a prestar declaración indagatoria.

Parrilli recordó que Vergez fue trasladado desde Córdoba, donde comandaba el centro clandestino de detención La Perla- para ocuparse especialmente de Coccoz a fines de mayo de 1977, porque sus captores no lograban que les proporcionara información a pesar de veinte días de intensos "interrogatorios".

Fue entonces cuando Vergez comenzó a ir a la casa de los padres de la esposa de Coccoz, a dónde ésta se había mudado llevando consigo al pequeño hijo de ambos, dónde se presentó como "capitñan Rodolfo" y le informó a Cristina que estaba en tratativas con su marido con miras a llevarlos a ambos a Europa y que les quedaba prohibido salir de esa vivienda.

En algunas de sus visitas, siguió recordando Parrilli, "Rodolfo" sacaba a la mujer de la vivienda "y la llevaba a hoteles para violarla", por lo cual se pidió también que se lo investigue por este delito.
Zamponi y el niño fueron enviados a Europa con pasaportes confeccionados por el servicio de inteligencia del Ejército.  Coccoz desapareció. 

Parrilli recordó que en un libro publicado por Vergez a fines de 1995, "Yo fui Vargas", describió en detalle lo ocurrido con Coccoz y su esposa, algo que sólo sabían los protagonistas de los hechos, por lo cual dio por probada su responsabilidad.

"Considero probada la materialidad del hecho y la privación ilegítima de la libertad doblemente agravada de Javier Coccoz", concluyó Parrilli al entender que Vergez cometió los delitos con "violencia y amenazas" y fue responsable de los "tormentos agravados" a la víctima tanto físicas como psíquicas, ya que "la negociación no era una propuesta, en realidad, sino una amenaza: la de matar a su esposa y su hijo en caso de que no aportara nombres".

"Él (Javier Coccoz) sabía que era hombre muerto" desde el momento de su secuestro, dedujo Parrilli, y concluyó que no dio nombres de compañeros de militancia, quienes declararon en el juicio que no les pasó nada tras el secuestro de Coccoz, ni siquiera cambiaron sus domicilios, pero sí suministró "contactos que consideró que por la posición social que tenían iban a poder sobrevivir" en relación a quienes luego fueron secuestrados y desaparecidos.

El juicio, a cargo de los jueces Angel Nardiello, José Martínez Sobrino y Néstor Costabel, entró en su etapa final y se dará a conocer el veredicto el 21 de diciembre.

lunes, 12 de noviembre de 2012

Un testimonio para exorcizar el pasado

Cristina Zamponi, lamujer de Javier "Pancho" Coccoz, jefe de inteligencia del PRT.

Habla de su esposo y de la militancia de ambos. Cuenta que después del secuestro de Coccoz estuvo bajo la vigilancia de Vergéz en su propia casa hasta que pudo partir a Francia. Revela por primera vez que el represor la violó.

 Por Alejandra Dandan
La foto de Javier Coccoz con su hijo de meses que Cristina Zamponi mostró en la audiencia.

“La carga es muy pesada porque hay una parte que es como que quiere olvidarse, decir: esto no pasó. No me pasó, porque es abrir la puerta a la atrocidad. Yo no lo pude hablar durante mucho tiempo: no lo podía mirar porque tenía la sensación de que me iba a quedar enganchada ahí.” Cristina Zamponi declaró en uno de los juicios por crímenes de lesa humanidad. Es la única sobreviviente de un grupo de cuatro víctimas, entre las que estaba su esposo, Javier “Pancho” Coccoz, jefe del aparato de Inteligencia del Partido Revolucionario de los Trabajadores, al que ella mencionó como dirección política del Ejército Revolucionario del Pueblo. Ella declaró desde el Consulado de Barcelona, vía Internet. A días de la audiencia, cuando todavía se le llenan los ojos de lágrimas cuando piensa en qué significó poder poner en palabras eso que demoró 36 años en decir; mientras invoca cierta idea de liberación, cuenta que cuando volvió de tribunales llenó su casa de velas y brindó convencida de que ahora sí, algo nuevo estaba empezando.

Cristina es muchas cosas en este juicio en el que se mezclan historias de informantes y contrainteligencia. Pero es sobre todo la única testigo viva que podía contar lo que sucedió. Ella fue secuestrada un mes después que su compañero, pero encerrada en su propia casa, con su hijo y sus padres, en un cerco controlado por el represor Hector Vergéz, que fue quien le puso las reglas.

En la audiencia habló de Pancho. Tradujo como pudo, con el alma, los términos de sus militancias como para hacer entender la densidad de ese pasado en este presente y soltó muy lentamente hasta sacárselas de encima las formas del peso oscuro de Vergéz. Habló en pasado pero también en presente, como si todo todavía estuviera aquí. Pero antes de hacer todo eso sacó de algún lado una foto de Pancho y de su hijo, como si necesitara empezar por ahí. “Me gustaría que la imagen que se viera fuese la de mi compañero Javier Co-ccoz con su hijo de meses –dijo ella–: hijo que tiene en este momento 38 años, diez años más de los que tenía su papá cuando él nació, quiero que esta foto presida esta sesión.”

–No hay inconveniente de que usted la deje ahí arriba –le dijo el presidente del Tribunal, Angel Nardiello—: ahora le tomo el juramento de verdad.

–Juro decir la verdad –dijo ella y apretó los ojos antes de arrancar.
Coccoz

Cada cual en la sala cerró la boca y entró como en un viaje hacia otro lugar. La fiscal Gabriela Sosti tomó el micrófono para empezar las preguntas frente a las cuales Cristina buscó generar respuestas en diálogo con sus propios recorridos.

“Necesito hacer un pequeño relato que tiene que ver con Javier y conmigo y con que en los años ’70 éramos manifiestos militantes del PRT, que era la dirección política del ERP”, dijo. Empezaron a militar en el año ’70. En Semana Santa de 1971 detuvieron a Javier en Rosario, lo torturaron ferozmente y en noviembre la detuvieron a ella. Tras varias prisiones llegaron los dos a Rawson. “Fuimos actores de la fuga del 16 de agosto de 1972. Salimos en libertad con el indulto del 25 de mayo del ’73 para continuar en la militancia. Por análisis de la organización se ve que no conviene que la gente que salió de la cárcel funcione de forma legal, así que pasamos a la clandestinidad.”

En ese contexto, la organización planteó “la necesidad de crear un servicio de inteligencia”, un frente que respondía al ERP dirigido por el Estado Mayor. “Tanto Javier como yo formamos parte de esa estructura. El Servicio de lnteligencia estaba estructurado como la mayoría de los servicios de Inteligencia: una parte de los militantes se ocupaban de una tarea concreta. Unos estaban en Análisis de Información pública y semipública y ese análisis se reforzaba con información que venía del otro frente de inteligencia: Operaciones. Operaciones se encargaba de contactar con posibles fuentes de información que eran valoradas y analizadas, y luego la información se pasaba a un estándar de fiabilidad. Esa es la tarea en la que empezamos a participar.”

Los fiscales le preguntaron por las personas que como “fuentes” Javier podía conocer. Una de las hipótesis de esta causa es que las otras dos víctimas, cuyos casos se investigan en este juicio, que fueron Juan Carlos Casariego del Bell y Julio Gallego Soto –dos personas del mundo de los negocios y las finanzas– fueron secuestradas y están desaparecidas porque eran informantes del PRT.

–¿Usted y Javier tenían los mismos roles? –le preguntó la fiscal.

–¡Para nada! –manifestó Cristina–. Yo estaba en Análisis de la Información y Javier en Operaciones. El responsable de Inteligencia era el Capitán Pepe (Juan Santiago) Mangini. Pepe cae en el ’76 detenido en una redada al Comité Central. Era un frente muy estructurado, muy compartimentado a tal punto que dentro de la propia organización durante mucho tiempo no se dijo que existía este frente. (Los informes que hacían) Servían para conocer el estado de la cuestión en lo que hacía a las Fuerzas Armadas, a sectores económicos y partidos políticos: es decir, lo que se analizaba no era lo que se llamaba “el campo del pueblo” porque eso venía de los frentes de masas.

–¿Qué cargo tenía Javier en el ’77?

–Era el responsable de Inteligencia. Es decir, el cargo de mayor responsabilidad dentro de la estructura de Inteligencia.
Los secuestros

Para mayo de 1977 ellos vivían en Lanús Este, sobre la calle Máximo Paz, aunque Cristina solía recordar siempre como José C. Paz. “Los militantes teníamos un deber que era olvidar”, dijo. “Olvidar direcciones, olvidar nombres, olvidar caras: rearmar que la calle no era José C. Paz sino Máximo Paz lo logré porque fui y las caminé. El nombre no lo tenía en la cabeza, pero andando llegué a mi casa y pasé por el lugar donde fue detenido Javier.”

El 11 de mayo, Javier tenía una cita con un compañero. Cristina tenía hora en el hospital. Salieron juntos. En la casa quedó otro compañero que había entrado la noche anterior porque se preparaba una reunión de la Dirección. Con Javier, Cristina había quedado que a su regreso él compraba leches y facturas en una panadería que estaba enfrente. “Vuelvo a la casa y Javier no había llegado todavía”, dijo ella. “Valoramos con el compañero que es muy raro y como la cita era muy cerca de la casa, en Pavón y Máximo Paz, voy a ver qué pasa.”

Cristina dio una vuelta. Encontró la huella de un tiro en la calle. Entró en un kiosco. Se dejó caer en un asiento y simuló una historia para sacarle algún dato a la vendedora, que le dijo que esa mañana había habido un tiroteo.

“No sé si se puede hacer una idea de lo que significa esa información para mí: ha caído mi compañero, ha caído mi responsable, y yo como militante lo que tengo que hacer inmediatamente es salir para la casa, sacar a ese compañero, explicarle y levantar esa casa”, dijo. “Eso es lo que hago. Llego a la casa, aviso a ese compañero que Javier está detenido y del tiroteo. Le digo que yo me voy a ir aunque tenía absoluta confianza, pero las medidas de seguridad había que cumplirlas. Me voy con mi hijo a la casa de mis padres. Si bien Javier conocía dónde vivían mis padres, me voy porque la casa de Máximo Paz estaba muy próxima a la cita y podía haber un operativo. Al día siguiente, con una excusa de una separación con mi pareja, veo a los vecinos y vuelvo a la casa con un señor con un carro: a sacar todos los muebles y llevarlos a un guardamuebles. El análisis que se hace es que se va a seguir funcionando a pesar de las dificultades, que eran muchísimas. Entonces yo sigo teniendo citas con compañeros.”
Mi nombre es Cristina Zamponi

Cristina habla y cada una de las cosas parecen cada vez más terribles. El silencio es uno solo. Es así, no tiene palabras. Pero cuando al silencio se le va quitando cada vez más respiración, lo que aparece, además, es algo seco. Esa cosa sin aire es lo que se sentía en el lugar. Raúl, aquel niño que ahora tiene 38 años, la oía desde la sala.

–No tengo los datos precisos –dijo—, pero hay un momento en que nos llega una información: nos dicen que Javier ha sido identificado como jefe de Inteligencia. Es información que llega a través del partido. Es decir: yo tenía clarísimo qué significaba eso.

–¿Qué?

—¡Que lo iban a reventar! Lo iban a reventar...

Transcurrido un momento, tomó agua y la fiscalía le preguntó si supo qué fuerza se había llevado a Coccoz. “Puedo hacer una especulación –dijo ella–, en tanto y en cuanto nosotros éramos los irrecuperables, que Ejército se hizo cargo. Eso sí lo podría decir. Pero hay un tema generacional”, se quedó pensando. “No sé cuánta conciencia puede haber en la sala de lo que significaba el ’77, el horror, la represión. Los coches en la calle rodando a paso humano, con las ametralladoras apoyadas en las ventanas, mirando de arriba a abajo a todo el mundo. Las caídas. Era tal el nivel de secuestros que teníamos una consigna: al que iban a secuestrar tenía que buscar una ventana y gritar su nombre para que por lo menos alguien se enterara... ¡Estamos hablando del horror!”, dijo llena de lágrimas. “¡No sé qué otra palabra existe en el diccionario!”

En los ’90, Vergéz escribió un libro donde relata los crímenes con tono de saga. En la tapa y contratapa puso su cara. Cristina vio ese libro en forma de fotocopias en Barcelona y gritó cuando vio las fotos: a Coccoz lo secuestraron en mayo de 1977, en junio de ese mismo año ella vio por primera vez a Vergéz.

“El 11 junio había una huelga de lecheros. O de trasporte. Lo que recuerdo con absoluta claridad es que me tenía que levantar muy temprano para buscar leche porque si no me quedaba sin leche para Raúl”, dijo. “Voy al supermercado, compro la leche, vuelvo a casa. Mis padres eran muy mayores. Dejo la leche en la cocina y voy al cuarto de baño. Mientras estoy ahí siento unos ruidos muy fuertes: timbre y ruido. Timbre y ruido. Golpes secos. Salgo y veo una patota de ocho, seis, diez tipos de civil adentro de la casa. Salgo corriendo a la ventana del comedor que daba a la calle a gritar mi nombre. A gritar: mi nombre es Cristina Zamponi, me están secuestrando.”

Ese fue un momento de pánico absoluto: “Mi madre se pone a llorar a los gritos, mi padre se queda sin aire, Raúl gritando y llorando. Yo no sé sinceramente si se puede explicar con palabras ese momento... Cuando estoy queriendo gritar mi nombre, alguien me agarra de atrás y me dice que no vienen a secuestrar a nadie. Y que en una hora me va a llamar Javier”.

–¿Esta “patota” se identificó de alguna manera? –le preguntaron—: ¿Con credenciales?

—¡¡¿¿Credenciales??!! –se rió Cristina—. ¡El horror era la credencial! La muerte, la tortura, la desaparición: ésas eran las credenciales, la vejación, la violación. Esa es la credencial. El que me agarró de atrás se presentó como “Capitán Rodolfo”. Dijo que estaba al mando, que era el interrogador de Javier.

–¿Eso le dijo él? –preguntaron, para reforzar prueba entre Vergéz y Coccoz.

–Sí –dijo ella–: se vanagloriaba. Mostraba su poder, mostraba que tenía todo el poder, el poder de la vida y de la muerte sobre mi compañero, sobre mi madre, mi padre, mi hijo y sobre mí.

Cristina dejaba de hablar cada tanto. A veces buscando palabras, otras para contener la emoción. Un ida y vuelta a veces con dudas, como si necesitara que los que estábamos ahí, del otro lado, nos diésemos cuenta: “Lo que pasa es que hay una mezcla explosiva de furia, dolor, tristeza, una conciencia muy clara de la impunidad con la que se movieron él y todos los que estaban con él. Da igual quién fuera: eran los dueños de la vida y de la muerte. Cabrea mucho, indigna mucho”, explicó. “Estoy mirando en este momento la foto de Javier”, y se puso a mirar esa imagen hablando un poco con él. “Tenía una linda sonrisa, quería mucho a su hijo, era un excelente compañero personal y de militancia. Es un orgullo haber sido su compañera.”

Un rato después volvió a la escena con Vergéz. A cuando sonó el teléfono: “Y era Javier: me dice que lo hirieron en una pierna, no me cuenta lo que le pasó en el medio, no me cuenta nada desde que le metieron el tiro hasta que me llama. ¡Qué cojones! ¡Qué hicieron con él! Me dice que ha caído todo. Y me dice que me van a sacar del país”.

–¿Quiénes? –le preguntaron.

–Los que estaban en mi casa.

Javier llegó a decirle que había una negociación para que ella y Raúl salieran del país, un plan al que luego se uniría él, pero Cristina sabía que eso no era así: “Los dos sabíamos que eso era imposible, él estaba cumpliendo lo que le hacen decir: no iban a soltarlo, jamás lo iban a dejar con vida, eso está clarísimo para mí desde el primer momento: para mí era imposible que salga”.

Javier era muy parco. De muy pocas palabras. Sólo dijo poco más, que iba a volver a llamarla, pero no hubo más contactos entre ellos. A Cristina le costó durante un buen rato ir encontrando los modos de seguir hablando de Vergéz, dudó, dijo que no sabía cómo llamarlo. Pereció cómoda cuando pudo empezar a decirle: “el imputado”.
El imputado

“Este individuo queda a cargo de mi custodia: de mi secuestro en mi casa, del secuestro de mi hijo, de mi madre y de mi padre. Nos deja custodia y se va. No sé si es posible imaginar las cosas que pasaban por mi cabeza y mi corazón. Veía claramente que no me podía escapar y me doy cuenta de que es una situación límite y que para mí hay dos opciones: que me chupen o que realmente me saquen del país, no había tercera.”

Una cosa todavía la vuelve “loca” y la sueña cada tanto: “Es cuando... no sé cómo llamarlo –dijo en ese momento—... el imputado, en esa hora que pasa hasta la llamada de Javier, se acerca a Raúl y le acaricia la cabeza, con esas manos, que seguro estaban sucias de sangre y me dice: ‘Cabezón como su papá’. A mí me provoca horror. Que toque a Raúl, que toque a un niño de dos años y ocho meses”.

Nadie habla. Alguien se ha llevado de acá todos los sonidos, ahora hasta los latidos. Se la ve buscar algo, un papel, tal vez esperase. La negociación que iba a durar diez días finalmente se extendió.

“El imputado viene cada dos días, aparece seguido. Y más seguido. Un día me saca a dar un paseo. Las visitas se hacen más frecuentes. Y un día me lleva a un hotel”, se detuvo. “Esto no lo he podido decir hasta ahora: es la primera vez que lo digo, el horror, la suciedad, la muerte, todo está presente. Evidentemente eso pasa por dentro porque yo no lo digo, eso se produce porque ¡es una violación, joder! La correlación de fuerzas es que no éramos dos iguales. Tenía en su poder la vida de todos los míos.”
La salida

Cristina partió a Francia el 9 de julio. Voló con Raúl. Con los pasaportes, Vergéz le dio 200 dólares. Raúl no paró de llorar durante todo el viaje. Llegó a París con su hijo y dos valijas, tomó un taxi, todavía no se acuerda cómo, pero terminó en un hotel cualquiera a donde se metió y no salió durante dos días. “A mí me expulsan del país, no es que salgo al exilio. Llego a París, me quedo dos días y vengo a Barcelona, a la casa de una hermana de Javier, es un momento muy duro, muy difícil, vengo de una realidad que se sale de lo normal, de lo ordinario, con pesadillas por las noches, un mes después me voy a vivir por mi cuenta. Alquilé un pisito chiquito.”

Cuando el testimonio terminó, volvió a hablarles a los jueces.

–¿Puedo decir algo más? –les dijo. Y miró la foto.

–Por supuesto.

–Sólo una cosa: “¡Va por vos, Javier!”.

miércoles, 17 de octubre de 2012

Testimonios de ex conscriptos que sumaron a operativos represivos y vieron fusilamientos


“El ruido fue como una bolsa de papa”
José Luis Aguas contó cómo el ex teniente Carlos Macedra disparó por la espalda a Florencia Villagra. Otro ex soldado, Obdulio Adolfo Sifredi, completó el relato del mismo episodio y cómo cuando la chica agonizaba le intentaron robar una cadenita de oro.
  Por Alejandra Dandan
“Yo me enteré el nombre de las personas hace un año y medio o dos, para mí hasta ese momento eran ‘un chico’ y ‘una chica’, no sabía nombres ni apellidos, recuerdo que eran dos chicos jóvenes, la chica de blusa primaveral y campera tipo Lee. Y el chico joven, la chica de piel blanca, de unos 18 o 19 años, pelo largo, muy juvenil, los dos muy asustados, temblaban, nosotros también estábamos nerviosos porque no entendimos mucho esa reacción. Me enteré quiénes eran cuando Daniel Cabezas logra contactarme y recién ahí toma cuerpo quiénes eran, hasta el momento eran eso: ‘un chico’y ‘una chica’.”

–Discúlpeme que le insista, ¿pero supo cuáles eran sus nombres?

–Gustavo Cabezas y Florencia Villagra.

El ex conscripto José Luis Aguas se secó las lágrimas. Concluía su declaración en el juicio oral de San Martín. El vio caer arqueado el cuerpo jadeante de Florencia “Kity” Villagra. Era el 10 de mayo de 1976.

El ex teniente Carlos Macedra lo oía con alguna mueca. José Luis Aguas ya había dicho hasta ahí lo más importante. Madrugada, un operativo, tres jóvenes en una plaza de Martínez, los patrullajes de dos unidades del Ejército. Uno de los jóvenes que se escapa. “El teniente primero Macedra se percata del hecho y ordena a Ferreira seguir a uno que se abría en otra dirección. Damos la vuelta manzana, interceptamos al chico y a la chica, jóvenes. Se los rodea, yo estaba al lado del teniente primero Macedra dado que el que llevaba el lanzagases debía estar siempre acompañando al oficial en función”, dijo él. “Se les pide documentación. Estaban muy nerviosos, se los separa para interrogarlos. Las versiones no eran coincidentes y Macedra me dice: ‘Estos se traen algo raro... Acompañame’. Nos movemos a una diagonal que hay en la plaza y vemos en la zona de los domicilios una serie de panfletos pegados, miramos abajo de un vehículo y encontramos unas bolsas de plástico llenas de panfletos. Agarra la bolsa y volvemos a la esquina. Desenfunda su pistola y acercándose al chico con la culata lo golpea y le dice: ‘¡Hijo de puta, ahora vas a cantar todo lo que sabés!’.”

Aguas vive en España. El hermano de Gustavo Cabezas lo localizó siguiendo pistas como un detective a partir de la declaración de otro ex colimba en otra causa. Habló con varios colimbas de la época, muchos le dieron su nombre. Buscó en Facebook, lo ubicó. Aguas declaró en España. Ayer lo hizo en el juicio oral. Con su relato suceden varias cosas. La densidad del testimonio directo; un operativo en el que –como se verá más adelante– identifica a Macedra como asesino de una de las víctimas; aquello que en términos penales es el “autor directo” en la lógica de la reconstrucción de las causas de la dictadura es una de las figuras más difíciles de probar, tantos años más tarde y con datos amurallados por los tabicamientos y la clandestinidad. Pero Aguas es además importante en otra clave: en lo que puede provocar en otros antiguos colimbas, para animarlos a hablar, como sucedió ayer con varios de sus viejos compañeros.

“Nosotros con veinte años sabíamos más o menos lo que sucedía, pero los compañeros nos quedamos consternados con esa reacción”, dijo sobre el culatazo de Macedra que luego “dio la orden de subir a ambos a la camioneta. Les revisaron su documentación, el bolso de la chica, nada extraño; al chico se lo coloca en la camioneta boca abajo y en ese ínterin tanto el teniente primero como yo nos desplazamos hacia el centro de la calle y escuchamos gritos y vemos venir corriendo a la chica que viene avanzando hacia nosotros, nos pasó, dobló la esquina, intentando escapar. Un compañero o dos salen a querer detenerla, a correrla. El teniente primero desenfunda su pistola y avanza dos pasos hasta posicionarse en la esquina al grito de: ‘¡Parate o te mato! ¡Parate o te mato!’. Lo dijo dos veces, y hace dos disparos al aire; en el tercero le efectúa un disparo por la espalda a esta persona, para nosotros, para mí por lo menos, la acción nos deja paralizados”, dijo Aguas.

Obdulio Adolfo Sifredi corrió detrás de Kity. Declaró en la audiencia. “El chico dijo algo, y la chica sale corriendo, así asustada, yo y otro compañero salimos corriendo al lado. Y habré estado a unos tres metros de la chica, de repente siento dos disparos y después un golpe fuertísimo, fue algo de lo que más me quedó, cayó la chica boca abajo mirando por el costado. Yo estaba ahí, medio que me paré y me fui, medio que la miré y la levanté. Estaba del lado de acá, en el pecho, con sangre y pregunté: ‘¿¡Por qué!? ¿¡Qué es lo que pasó!?’.”

“Nos paramos ahí nomás y nos apostamos en la calle para no dejar entrar gente a la plaza.” El abogado Pablo Llonto hizo una pregunta. La familia de Kity oía desde las primeras filas de la sala. Sus fotos giraron como un faro cuando Macedra entró a la sala. Sifredi lloró. “He vivido cosas feas en la vida después, accidentes, cosas que pasan, pero así como murió esta chica, nosotros ahí, muy triste, muy llegador. Me acuerdo cuando cayó, el ruido como una bolsa de papa, perdóneme pero desde hace años uno tiene esto adentro y cuando me enteré de que es lo que era... Yo tengo una hija que se llama Florencia, más me lastima todavía.”

–¿Supo qué pasó después con la chica? –preguntó la querella.

–Nosotros nos quedamos ahí, no supe más nada, nos llamaron, creo que ellos quedaron en la camioneta, nosotros subíamos como los perros, íbamos adonde nos llevaban. Ahí era lo mismo, estábamos como mentalizados: ellos nos hacen ver una cosa, nosotros teníamos en mente eso, obedecer; si era subir, subíamos; preguntar, nunca.

También Aguas corrió hasta el cuerpo. “Me acerco, compruebo que está jadeando, con la cabeza al lado y doy el grito, y digo: ‘¡Todavía está viva! ¡Llamemos a una ambulancia!’.”

Y el teniente primero me contesta: “Yo sé dónde le pegué”.

“Al minuto exhaló su último suspiro. El charco de sangre era enorme. Me quedo al lado, ya había llegado un móvil policial o dos, se acerca uno y hace el gesto de querer sacarle la cadena y el reloj. Desenfundé la pistola que llevaba, la amartillé y le dije: ‘Si la tocás te mato’. Se produjo un momento de confusión, me dice: ‘Tranquilo, pibe’, y cuando se acerca el teniente primero me dice: ‘¿Qué hacés, boludo, qué hacés? Guardá esa pistola’.”

Macedra reunió a todos al día siguiente. Mostró una bandera del ERP, aunque Kity y Gustavo eran de la UES de Montoneros. Les dijo que gracias al interrogatorio hallaron un polígono de tiro. Y que no era fácil matar, pero que como todos sabían la chica tenía un arma. “Las miradas nuestras se cruzaron”, dijo Aguas. “Nadie dijo absolutamente nada. Cuando se retiró, dije: qué arma, qué disparo. La chica no iba armada, por eso interpretamos que era la versión que teníamos que dar.”
Confesión de parte
  Por Alejandra Dandan
El coronel retirado Carlos Macedra pidió la palabra después de escuchar a José Luis Aguas y el resto de los colimbas. Confirmó a grandes rasgos el relato de los dos ex colimbas sobre la escena del crimen, al punto de que en un momento explicó que él mismo se ocupó de hacer los “trámites” por el “homicidio” de Florencia Villagra en el cementerio de Boulogne. Cuando el fiscal Marcelo García Berro lo oyó, le pidió al Tribunal que eso que pareció casi un reconocimiento quedara registrado; los jueces le recordaron que todo se graba. Macedra, que aceptó y respondió preguntas de todo el mundo, entró en contradicción en algunos datos de la escena final. Primero dijo que le revisaron el bolso a Kity y no tenía nada, tal como indicaron los dos testigos; pero luego, y en su defensa, dijo que disparó porque creyó ver que ella puso la mano en el bolso intentando sacar un arma.

martes, 16 de octubre de 2012

Testimonio del periodista Rogelio García Lupo en la causa contra el represor Héctor Vergéz


“Se vendían los interrogatorios”
En el juicio que investiga el destino de cuatro detenidos-desaparecidos, entre ellos un ex funcionario de Martínez de Hoz, el periodista explicó cómo los mismos represores vendían a la prensa información obtenida bajo tortura.

Por Alejandra Dandan
Hay varias escenas detrás de la escena principal del juicio al ex capitán del Ejército Héctor Vergez. Una es una pregunta constante sobre el misterioso expediente llamado “Caso Redondo”, que podría contener los datos para enlazar a las víctimas con la estructura de informantes del PRT, esa trama de empresarios caídos en las manos del experimentado hombre de Inteligencia del Batallón 601. Y otra es lo que sucedió con los interrogatorios tomados bajo tortura a los detenidos-desaparecidos. Una hipótesis indica que circularon y se comercializaron después de la dictadura y algunos sirvieron de pasto para siniestros programas de televisión. La copia de un interrogatorio abrió parte del expediente del juicio que se lleva a cabo en este momento en Comodoro Py. El periodista Rogelio “Pajarito” García Lupo declaró ayer sobre esas tramas. Habló de sus investigaciones y miró las copias de los interrogatorios. Escuchó cuando le preguntaron si los conoció, reconoció uno como si en otro tiempo hubiese pasado por sus manos.

“Me acuerdo de que en algún momento se habló de que eran copias de los interrogatorios realizados en la ilegalidad por parte del Ejército –dijo–. Estuvieron en venta, no sé quiénes compraron, pero lo que sé es que estuvieron en venta. Tal vez los propios secuestradores vendieron los testimonios, yo tenía esa idea, eran los mismos que habían practicado la tortura los que ahora vendían los interrogatorios.”

Vergez fue uno de los hombres más experimentados en interrogatorios. Es juzgado por cuatro víctimas: “Pancho” Javier Coccoz, jefe del aparato de inteligencia del PRT, secuestrado y desaparecido; y su compañera, Cristina Zamponi, luego exiliada. Y por el secuestro y desaparición de dos hombres del mundo de los negocios: Julio “Gallego” Soto y Juan Carlos Casariego del Bel, responsable de Inversiones extranjeras en el Ministerio de Economía de José Alfredo Martínez de Hoz. En la hipótesis de la fiscalía, ambos integraron la trama de informantes del aparato de inteligencia del PRT. Con ellos, sitúan a Rafael Perrota, ex director del Cronista Comercial, cuya causa no está en este juicio oral. Gallego Soto, Casariego del Bel y Perrota son nombres que aparecen alrededor del “Caso Redondo”, con tramas descifradas y otras escondidas en nombres y códigos todavía por descifrar.

García Lupo entró en la sala. Escuchó a los fiscales. Le preguntaron por un artículo de 1998: “El tercer hombre en las sombras”, dice el título bajo el cual contó parte de la increíble historia de Gallego Soto como contacto en las sombras entre el jefe del justicialismo y La Habana. “El Che necesitaba peronistas para su guerrilla en Argentina; Perón, dinero para su retorno al país”, escribió. Gallego Soto era uno de los tres: los otros dos fueron John William Cooke y Jerónimo Remorino, ex embajador en Washington. “Julio ‘Gallego’ Soto fue agente de Perón para las operaciones confidenciales de mayor riesgo –escribió García Lupo–. Conocía las cuentas numeradas de los bancos de Nueva York, Barcelona, Montevideo y París, donde era mayor la discreción, y también podía reconstruir de memoria la historia de los contradocumentos y las transferencias de fondos que respaldaban los pactos políticos del jefe del justicialismo.” Así, era “un eximio conspirador que construyó como una obra de arte su bajo perfil”.

La fiscalía preguntó sobre ese punto: ¿cómo hizo esa investigación? García Lupo respondió lo que después iba a ir repitiendo: “La verdad es que como el tiempo ha transcurrido y por el tipo de trabajo que hice, no me resulta fácil (recordarlo)”. Aun así, dio varios datos. Que el hijo de Gallego Soto le proporcionó detalles de la vida de su padre. Y habló de Alberto P. López, antiguo amigo del empresario: “Me hizo llegar algunos papeles: tuve una entrevista con él porque Gallego Soto había sido cliente suyo. Está muerto”.

Cuando insistieron con las preguntas, explicó: “Estamos hablando de un secuestrado de 1977, de un artículo publicado en 1998, de una declaración mía en una causa en 2005, a medida que pasan las décadas me voy olvidando de más cosas. Por suerte está ese escrito, se puede ver”.

En la sala pequeña de Casación, García Lupo pidió permiso para comer un caramelo y “recuperar un poco de aire”. El Tribunal paró el debate unos minutos. El volvió a hablar. Tiempo después tosió bastante. En medio del silencio, como si nadie supiera si la cosa significaba bastante esfuerzo, de pronto se le escuchó a modo de broma: “Es que se me van acabando las pilas...”.

En esa serie de artículos de agentes, contrainteligencia y la CIA, escribió sobre el “Caso Redondo”: “Gallego Soto fue investigado por los servicios de Inteligencia militar dentro de una causa mayor identificada como ‘Caso Redondo’. En el mismo expediente fueron secuestrados y desa-parecidos Rafael Perrota y un alto funcionario del Ministerio de Economía, Juan Carlos Casariego del Bel, que se ocupaba de inversiones extranjeras. Los tres fueron interrogados bajo tortura sobre sus relaciones con los jerarcas del ERP, que en el momento de estas detenciones prácticamente había sido destruido”.

El párrafo disparó varias preguntas: Casariego del Bel y el “Caso Redondo”. De Casariego, García Lupo habló de la intervención que tuvo en la nacionalización de la compañía Italo, propiciada por Martínez de Hoz y a la que él se opuso. Dijo que Martínez de Hoz estaba de los dos lados del mostrador. Que fue una operación rápida, que se hizo en el primer año del gobierno de facto. Y agregó: “Se dijo que Casariego había manifestado su oposición a la tasación que se había hecho. Por su función era posible, pero nunca pude recoger algo que completara eso que está en el terreno de la presunción”.

“Caso Redondo”

Las partes volvieron al “Caso Redondo”: “¿Usted hizo esa vinculación?”. “¿Por qué se los vinculó?”, preguntaron. “Siempre se los ha nombrado como tres casos vinculados entre sí por el hecho de que aparentemente habían cumplido funciones de carácter financiero, vinculadas con la lucha armada” y “porque habían sido secuestrados en el mismo período de tiempo, tres casos con una tentativa de extorsión”. Para García Lupo, los tres “tienen un comienzo político y a medida que el secuestro avanza en el tiempo se va convirtiendo en una especulación financiera. Por Casariego pidieron 50 mil dólares a su esposa, y realmente la esposa pudo juntarlos, pero ya no tuvo más noticias. Creo que debe haber muerto, era un cardíaco muy enfermo y es probable que ante las torturas su resistencia física se haya agotado. Con Gallego Soto también hubo una tentativa de dinero. Perrota era muy rico, hubo rápidamente tentativa de quedarse con dinero a cambio de la libertad”.

“¿Los tres fueron interrogados sobre sus vinculaciones con el ERP? ¿Cómo llegó a esa hipótesis en el artículo?”, le preguntaron y García Lupo volvió a aquello de la memoria. Habló de la acumulación de datos. “Pero creo que se me va a ir borrando la memoria a medida que pasan los años: esto es de ’77, en el ’85 estuvo la Comisión Investigadora de la Italo, en el ’98 los artículos, en 2005 la primera audiencia: como veo que esto va para lejos es que presumo que la próxima vez me haya olvidado de más cosas todavía, no es un problema de buena voluntad.”

domingo, 7 de octubre de 2012

Testimonios en el juicio por los crímenes cometidos en Campo de Mayo

Cuando la palabra se impone al silencio
Julia Villagra habló de su hermana Kity, una joven de la UES asesinada por la espalda en mayo de 1976 en Martínez. Con ella cayó Gustavo Cabezas, quien tenía 17 años y aún permanece desaparecido. Su hermano Daniel también expuso ante los jueces.

  Por Alejandra Dandan
“Lo que quiero pedir es que se pueda volver a creer en los seres humanos; no somos Dios, pero quiero algo tan elemental como que la gente tenga libertad de pensar y llevar adelante sus creencias; mi hermana era idealista, me parece que no merecemos lo que sucedió, no lo merecían. Me asusta mucho lo de estos días, los comentarios tontos, a veces creo que no pueden valorar lo que es la democracia. La justicia es una construcción humana, me parece que esto se los tengo que pedir a ustedes, que son los representantes. Me ha costado mucho llegar acá. A veces me dicen de perdonar, pero yo no puedo perdonar hasta que no haya justicia.”

Julia Elena Villagra volvió a poner las audiencias de los juicios de lesa humanidad en diálogo con el afuera de la sala. Julia habló de su hermana Florencia “Kity” Villagra, de la Unión de Estudiantes Secundarios, durante una audiencia por los crímenes cometidos en Campo de Mayo. En la sala estuvo el ex jefe de Institutos Militares de Campo de Mayo Santiago Omar Riveros y otros dos represores reconocidos en el ultimo año: Eduardo Oscar Corrado, que entró en silla de ruedas y era el jefe de la Escuela de Comunicaciones de Campo de Mayo, y el ex teniente Carlos Macedra, a cargo del entonces Batallón Esteban de Luca de Boulogne y la persona que la madrugada del 10 de mayo de 1976 mató a Kity de un tiro por la espalda en la plaza de Martínez, mientras ella intentaba escapar y después de dos disparos al aire. Con ella cayó Gustavo Cabezas, de 17 años. Se supone que Gustavo pasó por el Batallón Esteban de Luca; hoy está desaparecido. Los testimonios de un grupo de ex colimbas fueron la llave de este expediente para llegar hasta acá. Macedra tiene fama de mal bicho también entre sus subordinados y todavía se buscan datos sobre su desempeño en Campana y Zárate.

Julia y Daniel Cabezas, el hermano de Gustavo, entraron a la sala cuando los jueces convocaron a los acusados: “Después de años de silencio y hasta de mentir por miedo, me voy a encontrar hoy cara a cara con el asesino de mi hermana Kity y eso me produce una gran conmoción”, había dicho más temprano. “La última vez que vi a mi hermana yo tenía mi bebé. Ella me pidió que le cerrara la puerta despacio porque iba a repartir volantes, para que mis padres no la retaran”, dijo Julia cuando empezó. Supo lo que pasó con Florencia por un llamado. “Mi hermana Marisa me dijo que había muerto y que estaba con el cajón cerrado. Para nosotros no era fácil viajar a Buenos Aires, así que decidí no venir porque no la iba a ver. Me preocupaba mucho el ambiente muy particular de mi familia, que yo no comprendía, y tenía miedo de ser más una molestia para mis padres. Así que no vine, me arrepentí muchas veces. Un mes y medio más tarde me vino a ver mi papá. Me dijo que había visto el cuerpo. Mi papá era abogado, un hombre recto. Me miró a los ojos y me dijo que la herida de bala era casi del tamaño de la teta, aunque no sé si eso me lo dijo mi hermano. Me dijo que estaba ‘limpia’. Yo lo miré a los ojos para tratar de entender lo que me decía y me hizo como un gesto, y los sobreentendidos eran que no la habían torturado. Para mí eso era importante.”

Su hermano Santiago era “muy chico y acompañó a mi padre; cuentan mis hermanas que vomitó varias veces. Mi papá falleció al poco tiempo, supongo que por sus contradicciones y por su fragilidad no pudo soportar afectarse la salud. Mi proceso fue distinto, tenía a mi hijo, lo quería cuidar, así que no hablé de nada. Le mentí por años, diciendo que había sido un accidente de auto”. Otra cosa importante “es que, en esa época, mis hermanas se acercaron alrededor de la plaza a preguntar a los vecinos qué habían visto. Les contaron cosas imprecisas, pero la historia es que había un colimba que la abrazaba y lloraba. En ese momento nos pareció una cosa idealizada, pero reconstruyendo esto, hace poco, sé que eso fue verdad”.

Mientras estuvo adentro, Macedra no se movió. Cuando le preguntaron si iba a declarar, dijo: “Por ahora no, pero me reservo el derecho de declarar más adelante”. Un grupo de estudiantes secundarios abrió sus computadoras. Eran de las escuelas medias 4, 6 y 7 de Ciudadela con maestros de Historia y Derecho y Política Ciudadana que llegaron por el programa Construcción de Ciudadanía contra del Genocidio de la Untref. “¿Me parece a mí –soltó una chica– o Riveros pone cara de pobrecito?”

Rubén

Enseguida declaró Rubén Castro, responsable político de Kity y Gustavo. Paraba en la casa de él porque lo perseguían y se salvó ese día porque, como no tenía los documentos, no salió. “Gustavo para mí era ‘Ramón’, aunque como estaba en la casa sabía cómo se llamaba. Del nombre de Kity me enteré después. Formábamos parte del mismo grupo, de la UES vinculada con la organización Montoneros. Yo era responsable del área de San Isidro. Mi responsable era el Negro Antonio, que desapareció tiempo después en la rotonda de Acassuso. Desde el golpe, las actividades estaban muy reducidas. El 10 de mayo nosotros salíamos a hacer una acción, reivindicando el 1º de Mayo. Yo no pude salir porque no tenía documentos. A las cuatro de la mañana se fueron. Iban a hacer un recorrido para dejar ‘gancheras’ en distintas fábricas, que eran un arco de alambre con volantes.”

Habían planificado el recorrido: un itinerario por San Isidro. “De Kity tengo recuerdos, era una chica muy tímida, hablaba lo necesario y siempre pensé que era mucho más chica; era una persona muy dulce, no es porque la hayan matado, era una persona muy especial para todos los compañeros.”

En un momento, dijo Rubén, “me despierta el Negro Antonio muy nervioso. Ahí me dice que los habían secuestrado a Kity y a Ramón. Y me dice esto, que era un operativo conjunto, que era la gente del Arsenal Esteban de Luca a partir de que, creo, ve un distintivo en alguno de los vehículos”.

Daniel

El juicio de Campo de Mayo logra reconstruir en un día, a veces cuadro por cuadro, lo que sucedió con los caídos. Daniel Cabezas reconstruyó la búsqueda de su hermano.

A mediados de mayo del ’76 tuvo el primer dato cuando se cruzó con un vecino. “Yo iba con un amigo, le preguntamos si estaba al tanto de que habían detenido a una pareja de jóvenes y le relatamos el hecho. Dijo que sí, que estaba enterado y que donde hacía el servicio militar, que era el destacamento Esteban de Luca, habían llevado a gente detenida en un camioneta, cambiaron el chofer y había salido para otro lado. O sea que desde el principio supimos de una patrulla militar y que probablemente haya estado en Esteban de Luca y de ahí en otro lugar.”

El testigo más importante, sin embargo, lo halló hace sólo algunos años. Esta vez lo encontró a partir de otro colimba que declaró en otra causa de Campo de Mayo. Habló del operativo, dio algunos datos. Los datos llegaron a Daniel y se puso en contacto con varios otros.

“Todos más o menos relatan lo mismo. La patrulla, la chica que intenta escapar y todos ellos nombran a un colimba, José Luis Aguas, como que había estado muy cerca de Kity Villagra cuando murió. Mencionan unos oficiales de apellido Landa y Macedra.” Así empezó la búsqueda de José Luis Aguas, quien va a declarar las próximas semanas. Primero en su casa; el padre dijo que, por la crisis de 2001, se había ido a España. Lo contactó por Facebook a través de otro colimba. “Mandé un mail, nos empezamos a comunicar y él me confirma y me relata todo”, dijo Daniel. “Me dice que los detienen, le piden documentos, encuentran volantes abajo de un auto y de un camión. Macedra le da un culatazo a mi hermano y lo deja sangrando. Kity corre, Macedra le da un tiro por la espalda. Y Aguas va corriendo hasta donde estaba caída Kity; le dice a Macedra que pida una ambulancia porque todavía respiraba y Macedra le dice algo así como que sabía dónde le había disparado y que iba a morir. Y de hecho fallece delante de él.”

viernes, 28 de septiembre de 2012

Declaró un ex subcomisario de Villa Adelina en la causa sobre Campo de Mayo


Sobre las zonas liberadas
El policía fue citado por el caso de la familia García Recchia. Dijo que los militares ordenaban no identificar a las víctimas y que ellos no intervenían en operativos de los que participaban las Fuerzas Armadas.

Por Alejandra Dandan
–¿Usted dice que la idea era no investigar? ¿Cómo era eso?

–Había una mezcla de todo: por ejemplo me acuerdo de que en una reunión en Campo de Mayo, (Santiago Omar) Riveros nos dijo que teníamos que estar unidos para luchar contra el pueblo, prácticamente: “Somos amigos los que estamos adentro del alambre de Campo de Mayo, los de afuera son todos enemigos”, nos dijo. “Yo he ido a comer a la Escuela de Comunicaciones. Ellos eran las autoridades (...) El cerco era Campo de Mayo. Para afuera estaban todos los traidores. Los que estábamos adentro, de nuestro lado, eran la fuerza propia y la fuerza no-propia era la que estaba afuera de los alambres. Los militares no tenían ‘sospechosos’ u ‘oponentes’, tenían fuerza propia o enemigos”.

Juan Carlos Pose era subcomisario de la delegación Villa Adelina de la Policía Bonaerense en 1977. Declaró ayer en la sala de audiencias de San Martín. El Tribunal lo citó como testigo en la causa por el asesinato de Antonio García y el secuestro de Beatriz Recchia, que estaba embarazada. El 12 de enero de 1977 cerca de treinta militares irrumpieron en la casa de Villa Adelina donde vivían con su hija Juliana, de tres años. Mataron a Antonio y secuestraron a Beatriz, vista en el centro clandestino de Campo de Mayo. Juliana estuvo unas horas secuestrada, luego la entregaron a su abuela.

La subcomisaría estaba cerca de la casa. Pose llegó cuando el operativo había terminado. Encontró la casa como “bombardeada” –dijo en la audiencia– y el cuerpo de Antonio abajo de los escombros. Hizo un sumario, ordenó una autopsia y lo envió al cementerio de Boulogne como NN. Le tomó las huellas dactilares para identificarlo y, aunque dice que cuando recibió el informe mandó los datos al cementerio, el cuerpo permaneció como NN. Frente a los jueces, explicó qué hizo ese día, en un relato en el que mostró el funcionamiento de las policías y las fuerzas militares. Reconoció que la orden que tenían “era no identificar” y sugirió cómo funcionaron las zonas liberadas.

Alrededor de las once entraron Santiago Omar Riveros, entonces responsable del Comando de Institutos Militares; Reynaldo Bignone y Luis Sadi Pepa, director de la Escuela de Comunicaciones, que es juzgado por primera vez. Juliana estaba en la sala. Escuchó la acusación con el resumen de la historia de sus padres y se enojó porque el fiscal de San Martín Jorge Claudio Sica –a cargo de la elevación– relató el ataque como “enfrentamiento”.

Pose entró después. Los acusados ya no estaban. El presidente del Tribunal, Hector Sagretti, le preguntó como parte del protocolo si conocía a los acusados, y dijo que sí: “Tuve trato con ellos porque fui subordinado”. El fiscal Marcelo García Berro retomó esa respuesta en la primera pregunta: “¿Usted dice que tuvo trato? ¿En qué sentido?”

–Trato en el sentido de que me llamaban a reuniones en Campo de Mayo para darme directivas.

–¿Cómo eran esas reuniones? ¿Qué tipo de directivas le daban?

–Directivas operativas.

–¿El propio Riveros, Bignone?

–Riveros –explicó el hombre–. Bignone era el director del colegio militar. Riveros era el comandante de Institutos. Las reuniones eran masivas, no individuales. Citaban a todos los titulares de las comisarías del comando y nos daban directivas, nada secreto.

Sobre ese punto, más tarde le preguntaron si era Riveros el que siempre convocaba a las reuniones. Pose dijo que “a veces había reuniones pequeñas operativas para decir la forma de proceder”. ¿Y qué les decían? Que “había que ser sigilosos y tratar de no identificar”.

El hombre describió por dentro el modo en el que las Fuerzas Armadas llevaron adelante la represión, aunque siempre dejó a la policía en el entramado de la subordinación militar.

El abogado de Abuelas Mariano Gaitán insistió:

–¿Usted, como subcomisario a cargo de Villa Adelina, cuando ocurría un hecho así dijo que no podía investigar?

–Lo que quise decir es que tenía que tener cautela.

–¿Por qué?

–Resulta que, en otro momento, cuando pedían los hábeas corpus yo estaba en la comisaría primera de San Martín. La mitad de la comisaría era mía y la otra mitad era de los militares. Primero, que yo no sé si a esas personas las tenían los militares o no, pero aun si supiera, le miento y digo que no está (la persona) en esta dependencia: si digo que sí, el coronel me fusila. Y si alguien me dice que por mentir me ligo un procesamiento, yo le digo que entre un procesamiento y que me fusilen no queda mucho por elegir.

La fiscalía quiso saber por la relación entre militares y policías en el territorio. Pose había dicho que ellos veían pasar las caravanas del Ejército. Que sabían cuándo se hacía un operativo: “Si yo sabía que estaban los militares, no iba”. ¿Le avisaban antes? “A veces sí”, dijo. La defensa preguntó por las fuerzas conjuntas: “Se llaman grupos de tarea”, largó el entonces subcomisario. “Cada grupo de tarea tenía su comandante: eso no es ninguna novedad. Fuerzas conjuntas quiere decir que cuando las ponían para hacer procedimientos eran de distintas fuerzas (...): Yo no recuerdo porque nunca traté de averiguar tampoco.” ¿Eran de un cuerpo particular o cualquiera? “En aquel momento se peleaban entre ellos, incluso dentro de la jurisdicción a veces (se peleaba) el Ejército, a veces Campo de Mayo: no había respeto por nada”...

sábado, 22 de septiembre de 2012

El represor Vergez se negó a declarar en juicio por delitos de lesa humanidad

El represor Héctor Vergez se negó a declarar hoy en el inicio del juicio oral y público en su contra por secuestros y desapariciones durante la última dictadura militar.

Al comienzo del juicio en los tribunales de Comodoro Py, se dio lectura a la acusación contra el ex capitán del Ejército, de 69 años, por parte de la Fiscalía y la querella.

A Vergez, que actuaba en el Batallón 601 del Ejército, se lo acusa por varios secuestros, entre ellos el del abogado Julio Gallego Soto, quien fuera tomado cautivo en julio de 1977 y permanece desaparecido.

Además, por el de Julio Casariego de Bell, un funcionario que trabajaba en el Ministerio de Economía; de un integrante del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), Javier Coccoz, y de la esposa de este último, Cristina Zamponi, todos ocurridos en 1977.

En la audiencia de este viernes, el hijo de Gallego Soto, Víctor, declaró como testigo ante el Tribunal Oral Federal Número 5: "No tengo certeza respecto de la conducta de Vergez contra mi padre, de manera que no puedo decir si tengo enemistad o no", aclaró.

Según indicó, en mayo de 1997 y tras una gestión con un militar amigo, se encontró con el capitán Vergez: "Me dijo que había detenido a mi padre. Le pregunté dónde y me dio coordenadas parecidas aunque distintas calles. Le pregunté por qué y me dijo que debido a una declaración de un detenido, Pancho Coccoz, que lo vinculó con la lucha antisubversiva. Yo nunca había escuchado ese nombre", dijo.

El juicio se extenderá hasta el próximo 21 de diciembre, fecha en que se prevé habrá veredicto, luego que declaren una treintena de testigos en audiencias que se realizarán los lunes y viernes en Comodoro Py.

miércoles, 19 de septiembre de 2012

El juicio en San Martín por los crímenes cometidos en Campo de Mayo

La caída en el edificio de Villa Martelli

Los testimonios de Ramiro Menna, Alba Lanzillotto y su hermana María Isabel, Diana Cruces y otros reconstruyeron cómo fue el operativo de la dictadura que secuestró a Domingo Menna y Ana María Lanzillotto, de la conducción del PRT.

 Por Alejandra Dandan

El mundo en la puerta de los tribunales de San Martín parecía haber entrado en 1976. Entre antiguos militantes que se acercaban aparecía ese lenguaje de “buró político” o los saludos entre “compañero” y “compañera” que dejaban empezar a ver la reconstrucción de ese universo que iba a seguir poco más tarde en la sala. Y allí: julio de 1976. Un encuentro frustrado entre la dirección de Montoneros y el ERP. Un invierno más crudo que otros inviernos. Y el operativo en el edificio de Villa Martelli justo el 19 de julio, cuando debían irse del país Roberto Santucho y su compañera, Liliana Delfino.

La caída de la conducción del PRT volvió a aparecer en la sala, por primera vez en términos de juicio oral, a partir de la indagación que este juicio hace sobre las caídas del Gringo, Domingo Menna, y de Ani, Ana María Lanzillotto, su compañera, embarazada de ocho meses el día del secuestro. Ellos son parte de la causa fragmentada, dividida en múltiples casos. Los testigos, sin embargo, terminaron volteando esa fragmentación. Diana Cruces, la esposa de Fernando Gertel, del buró político, caído ese mismo día, habló de eso al final de la declaración: “Ya he testimoniado muchas veces, aunque es la primera vez que lo hago en etapa oral. Voy a tener que seguir haciéndolo. Deseo hacerlo por cada compañero: Santucho, Benito Urteaga, Domingo Menna, Ana María Lanzillotto y Liliana Delfino, pero esto implica mucho dolor, mucho costo para todos nosotros. Por eso solicito al tribunal a ver si podemos unificar las causas para que se haga justicia”.

–¿Quienes son tus padres? –le preguntó desde la fiscalía Marcelo García Berro a Ramiro Menna.

–Mi madre es Ana María Lanzillotto y mi padre, Domingo Menna –dijo y siguió de un tirón–. Ana María era hija de Nicolás Lanzillotto y Brígida Cáceres. Nacida y criada en La Rioja. Estudió en Tucumán, militaba en el Partido Revolucionario de los Trabajadores. Domingo Menna es hijo de Pánfilo Menna y de Irma, nacido en Italia, pero desde muy pequeño criado en Tres Arroyos. Hizo los estudios universitarios en Córdoba. Conoció a mi vieja en el PRT, estimo que a fines del ’72 o principios del ’73.

–¿Qué sabe de los hechos?

–En el año ’76 yo tenía dos años. Lo que pude reconstruir del 19 de julio es lo siguiente: en Villa Martelli vivían en un edificio con varias familias, en distintos departamentos en situación de clandestinidad. Yo vivía ahí con ellos y en horas de la mañana me habían llevado a una guardería. Durante ese día se produjo el operativo militar que digamos concluye con la muerte de Santucho, Urteaga y los secuestros de mi padre, mi madre, Liliana Delfino y creo que también de Fernando Gertel. El resto de la familia se enteró de la caída por la tele y los medios de comunicación. En La Rioja había una parte importante de mi familia materna. Averiguaron qué hacer. Un tío abogado, Carlos Mario Lanzillotto, tenía un compañero de la facultad que parece tenía vínculos con la dictadura. Algún tipo de rol en la Justicia. El hombre éste les dijo: “De tu hermana y su marido, si no los mataron, olvidate de que te los devuelvan con vida. Del hijo voy a ver qué puedo hacer”. Averiguó y les pasó el dato de dónde estaba yo, por lo menos es lo que pudimos reconstruir: yo terminé en una guardería que dependía de la Cooperadora de la Policía Federal y estaba bajo la órbita del Juzgado Federal de San Martín. Ahí fue donde me encontraron.

Durante el día de ayer declararon también Alba Lanzillotto, una tía de Ramiro que estuvo en Abuelas de Plaza de Mayo durante más de veinte años; su hermana María Isabel; Diana Cruces, Juan Arnol Kremer, “Luis” para los militantes, de la conducción.

“El día 19, no recuerdo bien si alrededor de las tres de la tarde –dijo Kremer–, me dirijo al domicilio de Menna y, dadas las circunstancias, teníamos que seguir medidas preventivas, como llamar por teléfono. Llamé desde una zona cercana y, para mi sorpresa, la voz que apareció en el teléfono era absolutamente desconocida.”

–Soy Flores –dijo él, como debía hacerlo.

–¡Venga Flores! ¡Venga! ¡Que lo estamos esperando!

“Eso me dio la pauta de que en esa casa pasaba algo rarísimo. Me dirigí a la Avenida General Paz (desde donde veía una ventana) y desde el coche vi la luz encendida, las ventanas abiertas y una situación muy rara. Busqué otro teléfono público. Oí otra voz. Algo había pasado, así que me retiré de la zona.”

Alba estaba en Carmen de Patagones, territorio de su hermana Quela, adonde había llegado escapando después de estar detenida y ser amenazada. “Estábamos en una verdulería con la radio prendida”, dijo, sentada, el pelo blanco. “Cortan la trasmisión y dan la sensacional noticia de que habían matado a los dirigentes del PRT, de donde eran mis hermanas, y Santucho. Yo me quedé sorprendida. Con mi hermana Quela y el esposo nos pusimos a buscar datos en la televisión y empezaron a dar las noticias, como las que daban ellos: mitad verdad, mitad mentira, más mentira que verdad. Dijeron que Urteaga y Santucho estaban muertos, así que creímos que Menna también, pero después empezaron a llegar noticias por otro lado. Una revista decía que eran tres los cadáveres que habían sacado, y dos mujeres caminando, que al final eran Liliana y Ana María. Leíamos lo que salía en los diarios, pero uno no sabía si creer o no.”

Después de Alba continuó su hermana María Isabel. Se sentó en la misma silla que misteriosamente está colocada de espaldas al público. “Yo estaba en La Rioja –dijo–, recibí una carta que venía dirigida a mí con mi sobrenombre, que es Beba. La mandaron al estudio de mi marido y de mi hermano. Abrí la carta sin firma y decía: Ana María fue detenida ‘con vida’, con letras bien grandes. ‘Tienen que venir urgente a retirar a Ramiro a la guardería porque si no va a pasar a la guardería de la Policía Federal’. Mi hermano se vino con la carta para Buenos Aires. A hacer todo lo posible para encontrarlo. Eso sucedió.”

Ramiro recordó los nombres de quienes aportaron datos durante estos años para reconstruir cada momento. Así fue diciendo que el Gringo estuvo con vida en Campo de Mayo durante algún tiempo, torturado e interrogado por el dinero, como lo dijo Alba después: “Corrieron muchas versiones –dijo ella–, que lo torturaban enormemente porque esos señores salvadores de la Patria lo único que querían era el dinero para sí mismos, no era para la Patria seguro”. A partir de una orden de Santiago Riveros, al Gringo lo arrojaron al río con Liliana Delfino y otros. Ana María estuvo en Campo de Mayo. La compañera de Gertel dijo que dio a luz en el Hospital Militar de Campo de Mayo. Para noviembre cayó además su hermana melliza María Cristina.

–¿Sabés si tu mamá tuvo ese hijo? –le preguntaron a Ramiro.

–Existen razones para creer que sí. La primera es la práctica sistemática que un juicio reciente ha dado por probado: cuando una mujer estaba embarazada era usual conservarla con vida hasta que diera a luz. Y, por otro lado, está el testimonio de Roberto Peregrino Fernández, que dijo que mi vieja dio a luz. Y está la otra persona que dijo que estando detenida otra mujer dijo: “La compañera del Gringo Menna dio a luz”. Creemos que el embarazo llegó a término y mi hermana o hermano continúa desaparecido.