viernes, 28 de septiembre de 2012

Declaró un ex subcomisario de Villa Adelina en la causa sobre Campo de Mayo


Sobre las zonas liberadas
El policía fue citado por el caso de la familia García Recchia. Dijo que los militares ordenaban no identificar a las víctimas y que ellos no intervenían en operativos de los que participaban las Fuerzas Armadas.

Por Alejandra Dandan
–¿Usted dice que la idea era no investigar? ¿Cómo era eso?

–Había una mezcla de todo: por ejemplo me acuerdo de que en una reunión en Campo de Mayo, (Santiago Omar) Riveros nos dijo que teníamos que estar unidos para luchar contra el pueblo, prácticamente: “Somos amigos los que estamos adentro del alambre de Campo de Mayo, los de afuera son todos enemigos”, nos dijo. “Yo he ido a comer a la Escuela de Comunicaciones. Ellos eran las autoridades (...) El cerco era Campo de Mayo. Para afuera estaban todos los traidores. Los que estábamos adentro, de nuestro lado, eran la fuerza propia y la fuerza no-propia era la que estaba afuera de los alambres. Los militares no tenían ‘sospechosos’ u ‘oponentes’, tenían fuerza propia o enemigos”.

Juan Carlos Pose era subcomisario de la delegación Villa Adelina de la Policía Bonaerense en 1977. Declaró ayer en la sala de audiencias de San Martín. El Tribunal lo citó como testigo en la causa por el asesinato de Antonio García y el secuestro de Beatriz Recchia, que estaba embarazada. El 12 de enero de 1977 cerca de treinta militares irrumpieron en la casa de Villa Adelina donde vivían con su hija Juliana, de tres años. Mataron a Antonio y secuestraron a Beatriz, vista en el centro clandestino de Campo de Mayo. Juliana estuvo unas horas secuestrada, luego la entregaron a su abuela.

La subcomisaría estaba cerca de la casa. Pose llegó cuando el operativo había terminado. Encontró la casa como “bombardeada” –dijo en la audiencia– y el cuerpo de Antonio abajo de los escombros. Hizo un sumario, ordenó una autopsia y lo envió al cementerio de Boulogne como NN. Le tomó las huellas dactilares para identificarlo y, aunque dice que cuando recibió el informe mandó los datos al cementerio, el cuerpo permaneció como NN. Frente a los jueces, explicó qué hizo ese día, en un relato en el que mostró el funcionamiento de las policías y las fuerzas militares. Reconoció que la orden que tenían “era no identificar” y sugirió cómo funcionaron las zonas liberadas.

Alrededor de las once entraron Santiago Omar Riveros, entonces responsable del Comando de Institutos Militares; Reynaldo Bignone y Luis Sadi Pepa, director de la Escuela de Comunicaciones, que es juzgado por primera vez. Juliana estaba en la sala. Escuchó la acusación con el resumen de la historia de sus padres y se enojó porque el fiscal de San Martín Jorge Claudio Sica –a cargo de la elevación– relató el ataque como “enfrentamiento”.

Pose entró después. Los acusados ya no estaban. El presidente del Tribunal, Hector Sagretti, le preguntó como parte del protocolo si conocía a los acusados, y dijo que sí: “Tuve trato con ellos porque fui subordinado”. El fiscal Marcelo García Berro retomó esa respuesta en la primera pregunta: “¿Usted dice que tuvo trato? ¿En qué sentido?”

–Trato en el sentido de que me llamaban a reuniones en Campo de Mayo para darme directivas.

–¿Cómo eran esas reuniones? ¿Qué tipo de directivas le daban?

–Directivas operativas.

–¿El propio Riveros, Bignone?

–Riveros –explicó el hombre–. Bignone era el director del colegio militar. Riveros era el comandante de Institutos. Las reuniones eran masivas, no individuales. Citaban a todos los titulares de las comisarías del comando y nos daban directivas, nada secreto.

Sobre ese punto, más tarde le preguntaron si era Riveros el que siempre convocaba a las reuniones. Pose dijo que “a veces había reuniones pequeñas operativas para decir la forma de proceder”. ¿Y qué les decían? Que “había que ser sigilosos y tratar de no identificar”.

El hombre describió por dentro el modo en el que las Fuerzas Armadas llevaron adelante la represión, aunque siempre dejó a la policía en el entramado de la subordinación militar.

El abogado de Abuelas Mariano Gaitán insistió:

–¿Usted, como subcomisario a cargo de Villa Adelina, cuando ocurría un hecho así dijo que no podía investigar?

–Lo que quise decir es que tenía que tener cautela.

–¿Por qué?

–Resulta que, en otro momento, cuando pedían los hábeas corpus yo estaba en la comisaría primera de San Martín. La mitad de la comisaría era mía y la otra mitad era de los militares. Primero, que yo no sé si a esas personas las tenían los militares o no, pero aun si supiera, le miento y digo que no está (la persona) en esta dependencia: si digo que sí, el coronel me fusila. Y si alguien me dice que por mentir me ligo un procesamiento, yo le digo que entre un procesamiento y que me fusilen no queda mucho por elegir.

La fiscalía quiso saber por la relación entre militares y policías en el territorio. Pose había dicho que ellos veían pasar las caravanas del Ejército. Que sabían cuándo se hacía un operativo: “Si yo sabía que estaban los militares, no iba”. ¿Le avisaban antes? “A veces sí”, dijo. La defensa preguntó por las fuerzas conjuntas: “Se llaman grupos de tarea”, largó el entonces subcomisario. “Cada grupo de tarea tenía su comandante: eso no es ninguna novedad. Fuerzas conjuntas quiere decir que cuando las ponían para hacer procedimientos eran de distintas fuerzas (...): Yo no recuerdo porque nunca traté de averiguar tampoco.” ¿Eran de un cuerpo particular o cualquiera? “En aquel momento se peleaban entre ellos, incluso dentro de la jurisdicción a veces (se peleaba) el Ejército, a veces Campo de Mayo: no había respeto por nada”...

sábado, 22 de septiembre de 2012

El represor Vergez se negó a declarar en juicio por delitos de lesa humanidad

El represor Héctor Vergez se negó a declarar hoy en el inicio del juicio oral y público en su contra por secuestros y desapariciones durante la última dictadura militar.

Al comienzo del juicio en los tribunales de Comodoro Py, se dio lectura a la acusación contra el ex capitán del Ejército, de 69 años, por parte de la Fiscalía y la querella.

A Vergez, que actuaba en el Batallón 601 del Ejército, se lo acusa por varios secuestros, entre ellos el del abogado Julio Gallego Soto, quien fuera tomado cautivo en julio de 1977 y permanece desaparecido.

Además, por el de Julio Casariego de Bell, un funcionario que trabajaba en el Ministerio de Economía; de un integrante del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), Javier Coccoz, y de la esposa de este último, Cristina Zamponi, todos ocurridos en 1977.

En la audiencia de este viernes, el hijo de Gallego Soto, Víctor, declaró como testigo ante el Tribunal Oral Federal Número 5: "No tengo certeza respecto de la conducta de Vergez contra mi padre, de manera que no puedo decir si tengo enemistad o no", aclaró.

Según indicó, en mayo de 1997 y tras una gestión con un militar amigo, se encontró con el capitán Vergez: "Me dijo que había detenido a mi padre. Le pregunté dónde y me dio coordenadas parecidas aunque distintas calles. Le pregunté por qué y me dijo que debido a una declaración de un detenido, Pancho Coccoz, que lo vinculó con la lucha antisubversiva. Yo nunca había escuchado ese nombre", dijo.

El juicio se extenderá hasta el próximo 21 de diciembre, fecha en que se prevé habrá veredicto, luego que declaren una treintena de testigos en audiencias que se realizarán los lunes y viernes en Comodoro Py.

miércoles, 19 de septiembre de 2012

El juicio en San Martín por los crímenes cometidos en Campo de Mayo

La caída en el edificio de Villa Martelli

Los testimonios de Ramiro Menna, Alba Lanzillotto y su hermana María Isabel, Diana Cruces y otros reconstruyeron cómo fue el operativo de la dictadura que secuestró a Domingo Menna y Ana María Lanzillotto, de la conducción del PRT.

 Por Alejandra Dandan

El mundo en la puerta de los tribunales de San Martín parecía haber entrado en 1976. Entre antiguos militantes que se acercaban aparecía ese lenguaje de “buró político” o los saludos entre “compañero” y “compañera” que dejaban empezar a ver la reconstrucción de ese universo que iba a seguir poco más tarde en la sala. Y allí: julio de 1976. Un encuentro frustrado entre la dirección de Montoneros y el ERP. Un invierno más crudo que otros inviernos. Y el operativo en el edificio de Villa Martelli justo el 19 de julio, cuando debían irse del país Roberto Santucho y su compañera, Liliana Delfino.

La caída de la conducción del PRT volvió a aparecer en la sala, por primera vez en términos de juicio oral, a partir de la indagación que este juicio hace sobre las caídas del Gringo, Domingo Menna, y de Ani, Ana María Lanzillotto, su compañera, embarazada de ocho meses el día del secuestro. Ellos son parte de la causa fragmentada, dividida en múltiples casos. Los testigos, sin embargo, terminaron volteando esa fragmentación. Diana Cruces, la esposa de Fernando Gertel, del buró político, caído ese mismo día, habló de eso al final de la declaración: “Ya he testimoniado muchas veces, aunque es la primera vez que lo hago en etapa oral. Voy a tener que seguir haciéndolo. Deseo hacerlo por cada compañero: Santucho, Benito Urteaga, Domingo Menna, Ana María Lanzillotto y Liliana Delfino, pero esto implica mucho dolor, mucho costo para todos nosotros. Por eso solicito al tribunal a ver si podemos unificar las causas para que se haga justicia”.

–¿Quienes son tus padres? –le preguntó desde la fiscalía Marcelo García Berro a Ramiro Menna.

–Mi madre es Ana María Lanzillotto y mi padre, Domingo Menna –dijo y siguió de un tirón–. Ana María era hija de Nicolás Lanzillotto y Brígida Cáceres. Nacida y criada en La Rioja. Estudió en Tucumán, militaba en el Partido Revolucionario de los Trabajadores. Domingo Menna es hijo de Pánfilo Menna y de Irma, nacido en Italia, pero desde muy pequeño criado en Tres Arroyos. Hizo los estudios universitarios en Córdoba. Conoció a mi vieja en el PRT, estimo que a fines del ’72 o principios del ’73.

–¿Qué sabe de los hechos?

–En el año ’76 yo tenía dos años. Lo que pude reconstruir del 19 de julio es lo siguiente: en Villa Martelli vivían en un edificio con varias familias, en distintos departamentos en situación de clandestinidad. Yo vivía ahí con ellos y en horas de la mañana me habían llevado a una guardería. Durante ese día se produjo el operativo militar que digamos concluye con la muerte de Santucho, Urteaga y los secuestros de mi padre, mi madre, Liliana Delfino y creo que también de Fernando Gertel. El resto de la familia se enteró de la caída por la tele y los medios de comunicación. En La Rioja había una parte importante de mi familia materna. Averiguaron qué hacer. Un tío abogado, Carlos Mario Lanzillotto, tenía un compañero de la facultad que parece tenía vínculos con la dictadura. Algún tipo de rol en la Justicia. El hombre éste les dijo: “De tu hermana y su marido, si no los mataron, olvidate de que te los devuelvan con vida. Del hijo voy a ver qué puedo hacer”. Averiguó y les pasó el dato de dónde estaba yo, por lo menos es lo que pudimos reconstruir: yo terminé en una guardería que dependía de la Cooperadora de la Policía Federal y estaba bajo la órbita del Juzgado Federal de San Martín. Ahí fue donde me encontraron.

Durante el día de ayer declararon también Alba Lanzillotto, una tía de Ramiro que estuvo en Abuelas de Plaza de Mayo durante más de veinte años; su hermana María Isabel; Diana Cruces, Juan Arnol Kremer, “Luis” para los militantes, de la conducción.

“El día 19, no recuerdo bien si alrededor de las tres de la tarde –dijo Kremer–, me dirijo al domicilio de Menna y, dadas las circunstancias, teníamos que seguir medidas preventivas, como llamar por teléfono. Llamé desde una zona cercana y, para mi sorpresa, la voz que apareció en el teléfono era absolutamente desconocida.”

–Soy Flores –dijo él, como debía hacerlo.

–¡Venga Flores! ¡Venga! ¡Que lo estamos esperando!

“Eso me dio la pauta de que en esa casa pasaba algo rarísimo. Me dirigí a la Avenida General Paz (desde donde veía una ventana) y desde el coche vi la luz encendida, las ventanas abiertas y una situación muy rara. Busqué otro teléfono público. Oí otra voz. Algo había pasado, así que me retiré de la zona.”

Alba estaba en Carmen de Patagones, territorio de su hermana Quela, adonde había llegado escapando después de estar detenida y ser amenazada. “Estábamos en una verdulería con la radio prendida”, dijo, sentada, el pelo blanco. “Cortan la trasmisión y dan la sensacional noticia de que habían matado a los dirigentes del PRT, de donde eran mis hermanas, y Santucho. Yo me quedé sorprendida. Con mi hermana Quela y el esposo nos pusimos a buscar datos en la televisión y empezaron a dar las noticias, como las que daban ellos: mitad verdad, mitad mentira, más mentira que verdad. Dijeron que Urteaga y Santucho estaban muertos, así que creímos que Menna también, pero después empezaron a llegar noticias por otro lado. Una revista decía que eran tres los cadáveres que habían sacado, y dos mujeres caminando, que al final eran Liliana y Ana María. Leíamos lo que salía en los diarios, pero uno no sabía si creer o no.”

Después de Alba continuó su hermana María Isabel. Se sentó en la misma silla que misteriosamente está colocada de espaldas al público. “Yo estaba en La Rioja –dijo–, recibí una carta que venía dirigida a mí con mi sobrenombre, que es Beba. La mandaron al estudio de mi marido y de mi hermano. Abrí la carta sin firma y decía: Ana María fue detenida ‘con vida’, con letras bien grandes. ‘Tienen que venir urgente a retirar a Ramiro a la guardería porque si no va a pasar a la guardería de la Policía Federal’. Mi hermano se vino con la carta para Buenos Aires. A hacer todo lo posible para encontrarlo. Eso sucedió.”

Ramiro recordó los nombres de quienes aportaron datos durante estos años para reconstruir cada momento. Así fue diciendo que el Gringo estuvo con vida en Campo de Mayo durante algún tiempo, torturado e interrogado por el dinero, como lo dijo Alba después: “Corrieron muchas versiones –dijo ella–, que lo torturaban enormemente porque esos señores salvadores de la Patria lo único que querían era el dinero para sí mismos, no era para la Patria seguro”. A partir de una orden de Santiago Riveros, al Gringo lo arrojaron al río con Liliana Delfino y otros. Ana María estuvo en Campo de Mayo. La compañera de Gertel dijo que dio a luz en el Hospital Militar de Campo de Mayo. Para noviembre cayó además su hermana melliza María Cristina.

–¿Sabés si tu mamá tuvo ese hijo? –le preguntaron a Ramiro.

–Existen razones para creer que sí. La primera es la práctica sistemática que un juicio reciente ha dado por probado: cuando una mujer estaba embarazada era usual conservarla con vida hasta que diera a luz. Y, por otro lado, está el testimonio de Roberto Peregrino Fernández, que dijo que mi vieja dio a luz. Y está la otra persona que dijo que estando detenida otra mujer dijo: “La compañera del Gringo Menna dio a luz”. Creemos que el embarazo llegó a término y mi hermana o hermano continúa desaparecido.